En nuestra provincia, los artistas que realizan performance son muy pocos. Sin embargo, es una práctica que ya lleva sus años, de hecho sus antecedentes más directos como la poesía futurista, los cabarets dadaístas, el teatro de la Bauhaus, entre otros, tienen casi un siglo. El problema que nos acoge es, como dije más arriba, la indiferencia ante la disolución de las fronteras.
En muchas oportunidades he escuchado o leído comentarios ante una performance como: “¿y esto es arte?” “¿qué se fumaron éstos (los performers)?”, “que se vayan a trabajar y se dejen de joder”, entre otros con un tinte un poco más agresivo; y por un lado creo que es imposible evitar este tipo de comentarios, de hecho, a mi modo de ver, son útiles, el problema es cuando se generan en un entorno que se supone conocedor.
Tanto el inexperto como el conocedor, deben informarse sobre el contexto en el que se realiza una obra y quiénes son sus actores, ninguna obra artística es ajena a la realidad de su tempo, millones de años de historia lo demuestran.
Leí una vez que cuando un “aprendiz” presencia una performance, automáticamente siente rechazo. Yo considero que este rechazo, en la mayoría de los casos, se debe al pudor y a los prejuicios que en torno al cuerpo se gestaron a lo largo del tiempo. Prejuicios que los performers asumen y presentan a través de su obra. Y creo que siempre es necesario reflexionar sobre los efectos que una obra nos genera más allá, en el caso de la performance, de la temporalidad de la acción.
Ocurre muchas veces en el contexto del arte contemporáneo que los límites entre objetos cotidianos o acciones cotidianas y objetos o hechos artísticos se ven desdibujados.
En Misiones nos encontramos con un ámbito artístico que podríamos dividir entre clásico y modernista, con un público muy partidario de lo mimético, de lo “semejante a” y un grupo de productores y académicos que se empecinan en negar que el arte ha cambiado, y las fronteras se han difuminado un poco más.
En la modernidad la obra se libera de la representación mimética de la realidad y se centra en los medios plásticos y la expresividad del artista. En la era posmoderna se va un poco más allá y lo que importa de la obra, es la idea. El arte se libera de los cánones pasados, se vuelve híbrido, todo vale, hasta la invisibilidad del objeto.
En la performance el objeto artístico se disipa completamente, se vuelve cuerpo vivo y, la acción realizada, proceso artístico. Hay algunas performances en las que los restos de la acción reemplazan al objeto. El arte sale al espacio público y reelabora la noción de tempo, un tempo que refleja lo vertiginoso de la ciencia, de la tecnología de la información, en fin, de la vida contemporánea. La imagen se desvanece, y el foco se desplaza hacia la temporalidad del acto.
El cuerpo se vuelve efímero, se mueve entre los artificios de moda y se convierte en un producto de consumo. Cuanto más superficial y efímero se vuelve el cuerpo social, más hacia adentro, más lejos, más acá de la piel, se van los artistas. Ese cuerpo cada vez más incorpóreo, se fragmenta y sus secreciones se establecen como objeto de presentación. Se muestra al ser viviente, biológico, material, tangible.
Jimena Bueno es Licenciada en Artes Plásticas, FAyD, UNaM. Artista Performer.
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