A menudo procuro abordar algunas producciones artísticas sin buscar referencias previas a fin de que se interponga la menor cantidad de prejuicios posibles. Cuando vi el largometraje Jesús López ignoraba no sólo la obra previa, sino la existencia misma de su director, Maximiliano Schonfeld.
La película, que podrá verse en la edición de este año del Oberá en Cortos, me resultó inusual desde muchas perspectivas; al principio, no supe cómo asirla. Hice algunas anotaciones relativas a la música de un sonido tan recurrente a estos tiempos, a la fotografía insoslayable por momentos aunque no a lo largo de todo el film, a diálogos y situaciones que me recordaron a cierto cine independiente norteamericano de los 90’s, a planos largos y escenas contemplativas tan de nuestro cine nacional, a rápidas referencias al primer Rocky de Stallone y al personaje protagonista, Abel -interpretado por Joaquín Spahn- aunque sin poder juntar en una sola idea esas coordenadas.
Recién antes de escribir esta reseña, busqué referencias. Leí entonces diversas adjetivaciones que se le atribuyeron al film, elogiosos comentarios pero que -a mi parecer- no lograban ocultar del todo la perplejidad que les causaba aquello que reseñaban: “bella y potente”, “incisivo y oscuro”, “clara belleza y sentimiento”, “clima extraño con momentos de lograda inquietud”; así como otros le atribuyeron un costado místico, religioso y hasta filosófico, además del recurso siempre efectivo de involucrar al género fantástico allí donde aparece una rareza, la idea del doble, del espejo; e incluso pueden leerse interpretaciones según las cuales hay una representación de cierta idiosincrasia pueblerina, campesina y hasta generacional que determinan los modos de percibir esta historia. No son erróneas estas lecturas, aunque sí parciales. Incluso considero que la propia mirada de su director -en diversas entrevistas- se queda corta en el alcance discursivo de su producción, cuyo sentido -como sabemos- termina de completarse en el plano de la recepción, en los interpretantes.
Jesús López resulta insólita en muchos aspectos. Se le pueden criticar muchas cosas, es cierto, pero depende desde qué paradigma cinematográfico se la evalúe.
Por momentos lerda, por momentos indecisa o inconclusa (como cuando salen a perseguir al “presunto asesino” de Jesús López), por momentos estereotipada, de a ratos confusa.
Pero hay varias cualidades que tiene este film que son distintivas. En primer lugar, las sutilezas: no se trata de un film convencionalmente “potente”; por el contrario, su fuerza está en una economía de recursos, en la austeridad con que vamos accediendo a la información que nos permite entender qué está pasando, qué pasó antes y sobre todo en cómo se va a dar un final a una historia que escabulle un conflicto fácil de identificar: ¿Abel va a ocupar el lugar de Jesús? ¿Abel va a terminar muerto e incluso incinerado? ¿Jesús va a resucitar en Abel; o viceversa? No lo sabremos hasta el final, y ese final que llega es a la vez previsible, aunque no lo preveamos, acostumbrados como estamos más al melodrama que a lo metafórico, a lo simbólico. Porque al final no hay un drama ni una tragedia, sino un cierre, una conclusión, una metáfora del duelo, del desapego, de la resignación.
Por otro lado, creo que considerar que hay un elemento fantástico en la historia distrae la atención de algo más valioso y que es lo alegórico. Abel nunca podrá ocupar el lugar de su primo, pero Jesús resulta un referente identitario para esa comunidad: nadie -ni su madre, ni su novia, ni los demás competidores de la pista, ni la comunidad motoquera- logra asumir la muerte de Jesús. No hay un tratamiento fantástico en la historia porque lo fantástico -por convención literaria- comporta la presencia de algo que perturba la realidad de los personajes. Y no es eso lo que ocurre aquí. Solamente los espectadores accedemos a la reencarnación del fantasma en el primo; para los personajes del relato Abel sigue siendo Abel. La única que percibe una variación en Abel es su hermana que lo ve fumando un cigarrillo y le pregunta “¿Y vos desde cuándo fumás?”, pero queda en eso, en una leve desviación en los hábitos de un personaje que padece el duelo de Jesús López como toda la comunidad la sufre a su manera.
No hay nada novedoso en la película, si la leemos desde puntos de vista convencionales y reticulados: el ambiente rural y su idiosincrasia aletargada, rutinaria, repetida; la comunidad cohesionada por las costumbres y los hábitos; la tribu metálico-fierrera con su ethos de compañerismo, fidelidad y su mística de símbolos sencillos pero efectivos; la muerte inesperada e irrecuperable de un joven que es hijo único, atractivo, audaz, irreemplazable; la necesidad de aceptar la muerte y transitar el duelo, de despedirse del difunto y darle un cierre que estuviera a la altura de su leyenda; el recurso de elementos simbólicos tales como el fuego purificador o el doble siempre inquietante. Tampoco resultan novedosas la solemnidad en el tratamiento de algunas imágenes o la recurrencia a una banda de sonido “retrofuturista”.
Lo novedoso de Jesús Lopez es cómo incorpora esas recurrencias paradigmáticas al plano sintagmático: poniendo en escena lo evidente pero corriéndolo del centro de atención, ubicando la tensión no allí donde lo esperaríamos por convencionalismos genéricos sino en las sutilezas de los diálogos, en los cambios de tonalidad de las escenas (que por momentos pasan de un in crescendo promisorio a un momento contemplativo sin brusquedad pero sin pausa); jugueteando entre cierto colorido y musicalidad pop con la sobriedad (paisajística y anímica) rural de sus escenarios y personajes. Lo inusual es que se trata de una historia que tienen todos los ingredientes para perfilar un melodrama -incluso tensa esa cuerda tonal- pero se inclina hacia un desenlace que no es ni feliz ni triste, ni trágico ni excesivo. Sencillamente es el final, el cierre, la conclusión, el útimo adió a Jesús López.
Sergio Quintana es Profesor y Licenciado en Letras. Magíster en Semiótica Discursiva. Se desempeña como docente e investigador en la FAyD, UNaM.
Ficha técnica
Título original: Jesús López
Año: 2021
Duración: 87 min.
País: Argentina
Dirección: Maximiliano Schonfeld
Guión: Selva Almada, Maximiliano Schonfeld
Música: Jackson Souvenirs
Fotografía: Federico Lastra
Reparto: Lucas Schell, Joaquín Spahn, Sofía Palomino, Alfredo Zenobi, Paula Ransenberg, Romina Pinto, Benigno Lell
Productora: Coproducción Argentina-Francia; Murillo Cine, Luz Verde, INCAA