Decido no usar whatsapp. “¡¡¡¿Por qué ?!!!!”: me preguntan con insistencia familiares, amigos, conocidos, compañeres de luchas. Contesto: deseo gestionar mi propio tiempo por fuera de los mandatos del mercado de la información. ¿Vana ilusión? Tal vez, pero lo intento en pos de un cronotopo sin instantaneidad al palo, más lento, sereno, reflexivo. Sé los costos: corro el riesgo de quedar fuera de la red de grupos sociales que habilita, de lo que allí se dice y sus efectos de sentido. Pero sé también que no es la única red social que la web habilita y que hay otras alternativas para comunicarse.
No uso ese servicio de mensajería instantánea. Y entonces: ¿quedo efectivamente fuera de los grupos a los que pertenezco que sí lo usan y con quienes comparto la vida off line? Ni tanto. Las posibilidades de encuentro no escasean y me sigue gustando charlar en co-presencia, escuchar y ser escuchado mientras degusto manjares; caminar por la calle, leer paredes, seguir huellas de otros, leer libros, ir a recitales, a marchas, participar de asambleas, reuniones, fiestas, dar clases, mirar tele, conectarme a facebook, mandar mail y más. Posibilidades comunicativas no me faltan. Y lo mejor es que no estoy sola en eso.
Antes se decía: “lo que no está en la tele no existe”. Ahora: “lo que no está en las redes no existe”. Sin ánimo de desmentirlo, no dejo de pensar que aún en medio de la centralidad contemporánea de la mediación tecnológica, seguimos siendo cuerpo, seguimos siendo territoriales. Y que es allí –en cuerpos y territorios- donde la violencia expresiva del poder fáctico del presente -capitalista, patriarcal, colonial- se escribe. Allí, la elocuencia de ese poder de alta letalidad queda enunciada con femicidios, juvenicidios, ecocidios. Percibo asimismo que es con cuerpos aliados en la casa, en la calle, en la oficina, en la fábrica como también se resiste y combate a ese poder. Por supuesto que las nuevas luchas no dejan espacio ni tecnologías por conquistar. Valga como ejemplo la ola verde de las feministas que señalan sendas a seguir: luchar en la calle, los medios y la web.
No uso whatsapp y muchos de mis allegados no lo entienden. Pocos me escriben mensajes de textos y esperan impacientes mis respuestas inmediatas, casi simultáneas. Se indignan si no respondo al toque. Los malentendidos se suceden uno tras otro. “¿Por qué no les contesto y ya?” “¿Tengo algo en su contra?” “¿Estoy enojada?” La lógica de esa interlocución dictamina: contestación compulsiva inmediata. El “ahorita mismo” como imperativo categórico. La no instantaneidad de la respuesta desata broncas, indignaciones, furia comunicativa. Las incomprensiones se suceden al ritmo de sobreactuadas urgencias.
Pero igual, desde un uso restringido de las redes digitales y mi relativa desconexión busco asomarme a las complejidades de las redes tecnológicas tratando de comprender sus efectos de sentido en la política, en la sociedad y cultura, en la vida nuestra de todos los días. Pero es mucho lo que se me escapa y no sólo porque hace a lo “surgiente” que también me envuelve y atraviesa dificultándome la distancia y vigilancia analítica indispensable para dar cuenta de lo que (nos) pasa; sino también porque más allá de la declamada transparencia de la “sociedad de la información” advierto con otros que hay mucha opacidad en las redes. Después de todo, la comunicación mediada tecnológicamente tampoco escapa al carácter profundamente estratégico de los procesos sociales de producción de sentido, permanente negociado y en disputa; no queda al margen de lo que el semiólogo italiano Paolo Fabri llama “comunicación en negro”; o sea de los puntos oscuros constitutivos de toda comunicación, de su insoslayable contracara hecha de camuflajes, secretos, mentiras, (de)velamientos, intercepciones, espionajes, agentes dobles… presentes siempre en situaciones de conflicto pero también de negociación.
Claro que también me obstaculiza la comprensión de cómo operan socio-culturalmente las redes digitales el exceso discursivo que hoy como nunca antes vehiculizan medios y redes. Según datos accesibles en la web, en el mundo hay unos 10 zetabytes de información (un zetabyte es un 1 con 21 ceros detrás), que si se ponen en libros se pueden hacer 9.000 pilas que lleguen hasta el sol. Desde 2014 hasta hoy creamos tanta información como desde la prehistoria al 2014. Y la única manera de interpretarlos es con máquinas.
Tantos datos que salen de fuentes plurales, heterogéneas: personales, de transacciones bancarias, del marketing electrónico, de la internet de las cosas, de otras máquinas, de la biométrica… apabullan, confunden, desorientan; hasta tal punto que dificultan ver que lo que está en juego otra vez no es una mera cuestión de cantidad, sino de modalidades estratégicas de recolección, manipulación y uso de la información así como del secreto, la mentira, la vigilancia… ¿Qué fuerzas lo hacen, para qué, por qué?
Frente a todo ello urge indagar acerca de aquello que hoy nos une y separa: ¿los miedos que nos llevan a vigilarnos entre nosotros mientras dejamos de controlar y monitorear la gestión pública de nuestros gobernantes, mientras avanza sin freno la voracidad de los adueñadores de todo?; ¿la indignación efímera y la bronca fugaz frente a atropellos constantes, contra tragedias siempre prevenibles, evitables?, ¿la diversión estereotipada que al llevarnos de excitación en excitación nos ata a la codicia sin fin del capital? ¿Qué nos une, que nos moviliza? ¿No el amor, sino el espanto? Y ¿En qué medida las sensibilidades públicas frente a las injusticias propias y ajenas no emergen también como dolor de superficie, fachada sensible, look sentimental?
Es que medios y redes potencian conexiones al por mayor pero también la “pedagogía de la crueldad”, singular entrenamiento que según Rita Segato conduce a una existencia sin sensibilidad con relación al sufrimiento ajeno, sin empatía, sin compasión, mediante el gozo encapsulado del consumidor, en medio del individualismo productivista y competitivo de sociedades definitivamente ya no vinculares.
Y entonces pregunto: ¿cambia algo de todo eso que yo siga sin whatsapp?
Elena Maidana es Lic. en Letras y Magter en Antropología Social. Docente e investigadora en Comunicación Social. FHyCS.UNaM; en cuestiones vinculadas con: socialidades y culturas juveniles, dimensión semiótico-discursiva de procesos urbanos, comunicación y política, prácticas comunicativas de movimientos y luchas sociales.
Imagen: London Data Streams – experiencia de visualización de datos de redes sociales en tiempo real exhibida en Somerset House. 2016.