“Todo nos incita a abandonar de una vez la visión de una naturaleza no humana y de un hombre no natural”
Serge Moscovici
Se dice que todo aquello que se encuentra en estado natural, no ha tenido intervención por parte del hombre. Y que, en todo aquello que es considerado arte, sucede totalmente lo opuesto. Entonces, ateniéndonos a estas definiciones: ¿cómo podríamos hablar de cualquier manifestación que encasille dentro de la categoría “Arte y Naturaleza”? ¿Cómo podríamos hablar, así, de una muestra dónde ambos se articulen y funcionen sin transgresiones a sus esencias?
Sin embargo, a fines de 1960, un movimiento artístico preocupado por concentrar estas dos grandes fuerzas -una humana y la otra no- dio origen a nuevas expresiones relacionadas al modelo más acudido por el arte: la Naturaleza. Algunos artistas, con la idea de salirse del espacio expositivo institucional, trabajaron directamente los espacios naturales como escenografías de sus grandes obras e instalaciones. Pero no tuvieron en cuenta que al hacerlo, perjudicaban a este nuevo telón de fondo. Otros, con cuidado de sus posibles efectos sobre el paisaje, al intervenirlos, trataron de no quebrantarlo y dejarlo al criterio de sus propias leyes -las naturales- para volver a su estado original o modificarlos, pero no en esencia; dejándonos con sus registros una denuncia, un llamado a la reflexión, una apreciación del mundo natural que nos rodea. Surgía así –dice Edgar Morin-, la conciencia ecológica, la cual se extendería hasta la Ciencia, retornando hacia una visión romántica por lo natural, en especial por todos aquellos “seres que se sienten vejados, atormentados, oprimidos en un mundo artificial y abstracto.”
El 18 y 19 de mayo, en la casa del Bicentenario de Oberá, Suyay Herrera2 presentó una serie de proyecciones fotográficas donde podíamos presenciar escenas de un hábitat autóctono, en el cual dos figuras humanas se conjugan con el mismo, sin imponerse a él; acompañada de sonidos propios del entorno -lo que nos genera gran sosiego ante los ruidos rutinarios de la ciudad-. Los personajes se presentan desnudos, en estado “puro”, tal como se encuentra lo natural -se asemejan a aquel. Juegan a partir de los mismos elementos que hallan en la escena, camuflándose con ellos, presentándolos, descubriéndolos. Hay una sensación de alabanza a este medio ambiente que les permite ingresar, los acepta y los acoge, dejándolos ser parte de él. Nadie interrumpe el camino del otro. Solamente conviven. Inspirada por el pensamiento complejo y ecologizado de Morin, la autora intenta denotar que su coexistencia es holística: “el mundo está en nosotros, al mismo tiempo que nosotros estamos en el mundo”3. Y que, “También la biósfera, que es un ser vivo, aunque no tan frágil como se pudo haber creído, puede ser herida de muerte por la acción humana”.4 Su base se halla en el respeto mutuo, y se lo percibe en cada imagen vista. Sin dudas, “Plantando conexiones” nos deja entrever que, si arte y naturaleza pueden articularse y funcionar sin transgredirse mutuamente, no queda otra que preguntarnos: ¿por qué nosotros no?
Valeria Darnet es Licenciada en Artes Plásticas. Docente UNaM. Artista Grabadora.
- Edgar Morin. (p. 269). Entrevista con Maria-Àngels Roque. Directora de Quaderns de la Mediterrània. En http://www.iemed.org/observatori/arees-danalisi/arxius-adjunts/qm-16-es/roquema_hacia%20el%20pensamiento%20ecologizado%20edgar%20Marin_qm16.pdf
- Alumna avanzada de la carrera Licenciatura en Artes Plásticas, de la Facultad de Arte y Diseño de Oberá, UNaM.
- Edgar Morin. Ídem. (p. 271)
- Edgar Morin. Ídem. (p. 269)