ADVERTENCIA AL/LA LECTOR/A: Esta crónica será tan larga como el viaje que describe y está basada en hechos reales. Aquí, la segunda parte, la pequeña odisea, más larga que la primera.
Partida. Viernes 31 de julio, 8:30hs, hora local CABA. Se movilizaba el bus, rumbo al primer destino. 26 pasajeros con deseos de que las horas se adelanten, pero sabíamos en lo profundo que el viaje tomaría un tiempo considerable. Otra vez, la ciudad desierta. Apenas movimiento se visibilizaba en las autopistas porteñas del viernes en hora pico cuando miles de vehículos intentan entrar en la capital. Esta vez, el panorama se mostraba diferente. Le avisé a mi amiga V. que no me traiga lo encomendado. Ya me iba.
Destino: Misiones. 12:40HS. Límite provincial. Los casi 300 km que distan entre CABA y Rosario fueron largos, más de lo normal. Cuando el bus no tomó la ruta 12 en Zárate y siguió por la R9, confirmé la sospecha. Entrando a la provincia de Santa Fe nos detienen para el primer control sanitario. Test de temperaturas, de nuevo -ya era como el quinto que nos hacían en la semana-, y esta vez, el de olfato. Se nos proporcionaba un hisopo de algodón embebido en algún líquido o sustancia que debíamos identificar: dulce, ácido, agrio. Como si del gusto se tratara, pero con la nariz. Así lo describía la señora -no muy amable con algunxs pasajerxs- que nos daba el palillo “exonerable”. Recuerdo el destrato recibido por un pibe de 18 años sentado detrás de mí. La edad la sé gracias al maltrato de la tipa. No sólo le gritó reiteradas veces, sino que intentó humillarlo por ser “joven”. Todxs la miramos perplejos, pero la doña no se inmutó al castigo visual del resto. Me tocaba. “Ácido”, le dije con su misma amargura. “Muy bien”, respondió y avanzó. Olía a amoníaco de hecho, o al menos a mí me remitió a las tinturas que suelo utilizar cada mes para mi roja cabellera. Ah, las reminiscencias de los olores experimentados y hartos conocidos.
13:15hs. Todes aprobamos la prueba, por suerte. Era hora de seguir, aunque no sin el amargo sabor de que cada control podría ser pesado y de corte autoritario como el reciente. Sin necesidad de serlo, claramente, pero lamentablemente real. Pensé inmediatamente en una charla que habíamos mantenido con L. y en otra mantenida con R. en nuestro último encuentro. Esa sensación de seguridad que ya no estaría al volver a Latinoamérica. No nos referíamos al hecho de la inseguridad en sí, sino a la sensación. La yuta que te da más miedo que una impresión de protección. Nuestra realidad. La cotidiana. Las “autoridades/fuerzas” que no nos genera confianza. Había que concientizarse de nuevo y adaptarse al contexto. Al nuestro, malo conocido.
14:05hs. Entrada a la ciudad. Reconocí el trayecto de esas calles. Había estado exactamente un año antes allí tramitando la visa española. Pero ahora, sólo veía desolación en parques, plazas y calles. Muy poco tránsito vehicular y ningún peatón en ellas. Llegábamos a Rosario -recién-. La Terminal de Ómnibus, cerrada. Se parecía mucho a esas terminales de trenes abandonadas. Sin movimiento. El gobierno de la ciudad mantenía estrictos controles de entrada allí. Al estacionar el bus, sólo podían descender quiénes allí se quedaban. Luego, otra vez todxs les pasajerxs restantes, debíamos bajar para un nuevo test de temperatura. Obviamente, les vicioses aprovechamos para salir antes a fumar. Las miradas policiales, otra vez, amenazantes… como si fuera nuestra culpa estar en aquella situación de tránsito. Sonreí irónicamente. Ni era culpa nuestra ni de elles, y le resté importancia a su desconfianza. El sentimiento era mutuo.
No había nada abierto. Locales cerrados. Terminal vacía. Aquellxs que habían llegado a las 3am en el vuelo de AA, empezaban a inquietarse. No habían cenado como tal. En el vuelo les habían dado unos míseros bizcochos y café, luego de hacer escala en España y proviniendo de Miami. Ese sí que era un viaje largo y agotador. El santafesino que se sentó delante de mí necesitaba azúcar. Encontró en el bus unos sobrecitos de café instantáneo y azúcar. Le volvió el color a la cara. Qué garrón, pensé. Esto va a estar complicado. Con toda la tensión, ni recordaba que había en mi cartera un par de frutas. Le consulté al chofer y me dijo que aguantemos hasta Santa Fe, quizás allí encontrábamos algo. Nos habían subido a un bus de larga distancia, que recorrería en ruta más de 1000km, en más de 20 horas de trayecto, y tenían prohibido detenerse en estaciones de servicio o comedores. Me ratifiqué a mí misma, esto iba a estar complicado. Partimos. Chau Rosario, si todo esto se calma, en un año vuelvo por mi título, deseé.
16:30hs. Nuevo destino: ciudad de Santa Fe. Con una bienvenida un poco más amable y relajada que en Rosario, el personal en la Terminal de Santa Fe nos informaba que no había ningún local abierto, pero nos dejaban que una de las chicas de Corrientes se cruce la calle a comprar comida al kiosko de enfrente. ¡Genial! Todas le dimos la plata que teníamos para adquirir algo, “lo que sea que haya”, la frase más repetida. Agua tomábamos del bus. Aunque de dudosa procedencia, no sabía mal y también ofrecía agua caliente. Bien por los materos y gracias al pibe que descubrió el café. Yo tenía en la mochila sobres de té, además de los de valeriana. Zafé. Se compró todos los sándwiches de local la piba. ¡Buenísimo!… nos tocó dos a cada unx. Almuerzo y cena. Con eso, tirábamos. Seguía sin recordar mis frutas. Ya que no había abierto la cartera, porque mi billetera estaba en la mochila, ni me acordé. Nos fuimos, pero esta vez, agradecidxs con la oficial que nos permitió cruzar la calle.
17:10hs. La distancia entre ciudad de Santa Fe y Paraná, Entre Ríos, es de 28,5km. Deberíamos hacerla en 30-40 minutos como mucho. Pues bien, apenas el bus entró en jurisdicción entrerriana, la gendarmería nos retuvo 40 minutos exigiéndole papeles y no sé qué más a los choferes. Uno de ellos, por suerte, llamó inmediatamente al Ministerio de Transporte y pidió por favor que se dé aviso del destino del bus y su finalidad. De lo contrario, estaríamos todavía lidiando con las autoridades locales… Afuera, el calor de 32 grados que habíamos vivenciado en Santa Fe se iba apaciguando. Invierno litoraleño -ja-, sólo quienes vivimos en él lo entenderemos. Una vez que recibieron la “autorización” nacional, una camioneta de Gendarmería “escoltó” al vehículo hasta la terminal de buses. Como si alguien se bajara en el medio de la ruta, ¡Sr! ¡Por favor! Me pareció ridículo y hasta tomé fotos del móvil, pero salieron horribles y movidas -fiel a mi incapacidad de hacer fotos, ja-.
18:05hs. Terminal de Paraná. Un kiosco abierto, pero nadie en ella circulando. Una comitiva de Gendarmería, Policía y Sanidad esperaban a los dos pasajeros que allí quedaban. Sólo quedábamos 14 pasajerxs a bordo. La señora de sanidad, muy amable, se ofreció a comprarnos cosas en el kiosco, ya que aquí no podíamos descender “bajo ningún concepto”, había dicho el gendarme. Ni siquiera al baño -a uno más higiénico, ponéle-. Pensé en los miembros de algunas fuerzas -mi viejo fue prefecturiano-… en cómo determinadas circunstancias habilitantes, exacerban el carácter facho que llevan bien adentro. Mantenía la calma, porque sabía que no podían en realidad hacernos nada, pero “coraje”, como dice mi buen amigo mexicano R. cuando describe el disgusto o la rabia, ese sí sentí por un momento.
18:40hs. Eran un poco más de ocho horas y 592km los que nos separaban de próximo destino. Corrientes, ciudad capital. Me venció el viaje. Me dormí profundamente hasta llegar a la provincia. Eran casi las 23hs. Ya llevaba casi seis días en esta odisea pandémica re contra anunciada que no había querido asumir antes de volver. Unx siempre trata de convencerse de lo contrario, porque las ansias son mayores… pero no, la realidad era la espera, la paciencia y la diplomacia en todo momento. Diplomacia, ja, si la habré aprendido este año. En Esquina, la policía provincial exigía a lxs pasajerxs que llegaban a su destino, la “autorización” para entrar a su provincia. “¿La qué?”, exclamaron lxs siete correntinas/os. ¡Ay Corrientes, país aparte!
Otra vez el chofer llamando a Nación. Obviamente no hubo respuesta a esa hora. Lo bueno del caso, es que la charla fue convincente y el comisario habilitó la entrada del bus. Mientras registraban todos y cada uno de los dni de les residentes provinciales, me bajé a fumar. Era la última viciosa del bus. Un cabo -cuyo apellido no diré- me dijo que no podía descender, pero aplicando mi nueva “diplomacia” y hablando el lenguaje bien aprendido de mi familia correntina, me hice entender sin problemas, saliéndome con la mía. Terminamos a las risas con el cabo. Ay, esas cosas que nos da el origen y del cual, muchas veces, renegamos. Gracias viejo por educarme a lo chamamé, lo añoré. Esta era “su” tierra. Seguimos ruta.. aún quedaba un largo tramo. Me volví a dormir profundamente. El jet lag se empezaba a sentir, ya eran como las 5am en Valladolid y mi cuerpo me lo indicaba.
03:00hs, Corrientes, capital. Les habían indicado a los choferes que lxs pasajeros se bajaban en el hotel Milenio -creo que ese era el nombre-. Una de las chicas, local viene a sentarse a mi lado, en el primer asiento, “para ver a mi ciudad”, -me dijo. Sentí en esa voz la emoción de la llegada a casa. La observé. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuvo. Me emocioné secretamente yo también. Estaba cerca y también lo sentía. Disimulé y me levanté a hacerme un té, esta vez de valeriana. Sabía que bajaría a fumar mientras descargaban las valijas. A medida se iban cada una de las chicas y el chico, nos deseamos suerte y éxitos en lo que vendrá. Estaba a cinco horas de mi destino. Quería ver ese cartel como nunca. Ya llegaba…. Faltaba poco. El tecito haría lo suyo para calmar mis ansias. Y así fue. Me dormí otra vez.
07:10hs. Ituzaingó. Abro los ojos en una estación de servicio. El bus cargaba combustible y por la hora, calculé que estábamos en Ituzaingó. Efectivamente. En algún momento de la noche, me habían despertado las luces de Itatí, pero seguí durmiendo. Lo recordé ahora y pensé en A. mi hermano y M. mi cuñada. Ambos devotos a la Virgen, aunque respetan mi agnosticismo y el ateísmo de K. mi sobrino. Recordé uno de los últimos audios: un asado me esperaba luego de todo el trajín pandémico. Eso, y el hambre que ya tenía, me hizo recordar el sándwich que me quedaba. Lo busqué en la cartera, y ¿adivinen qué encontré? ¡¡Las frutas!! Era hora de comerlas. El desayuno. También me comí el sándwich. Panza llena, corazón contento y euforia a la décima potencia, aunque contenida. Ya estaba. Faltaba sólo una hora. Disfruté el amanecer, ese que tantas veces observé al regresar a casa desde la ruta 14, pero ahora en la 12. Visualicé la tierra colorada y me agité. Conocía este lugar, era mi tierra. Mi tan anhelada tierra colorada.
8:40hs. El arco. El de mi triunfo, pensé. La realidad, despertarse. La policía dispuso inmediatamente, y sin mediar bienvenidas, que bajemos de a dos personas para registrarnos en las carpas habilitadas de sanidad, pero antes debíamos pasar por la fumigación personal. Sí, así como a los camiones, pero para las personas. Bañada de bienvenida, me reí. Nos tomaron los datos y dijeron que no podíamos esperar al laboratorio allí para que nos hagan los benditos hisopados, cuyos costos ascienden a $5.300.- por cabeza. Nos mandaron a las cabañas de un reconocido club de fútbol en Santa Inés. Aunque algunxs pasajeros, preferirían quedarse en el arco, yo votaba por llegar a un baño “como la gente” y opté por no pasar 12 horas de espera en la ruta. Llegó una madre de las pasajeras, médica de profesión, y no hubo flexibilidad tampoco. Decisión del gobierno provincial. A las cabañas, dijeron. De todas maneras, los choferes se dirigían allí donde descansarían luego de 25 horas de viaje ininterrumpido, por así decirlo, para retomar viaje a las 21hs rumbo a Buenos Aires, de nuevo.
9:30hs. Llegamos al lugar. Nos explican la situación. El laboratorio vendría a hacernos el examen allí. Debíamos esperar en el predio y sólo podríamos salir una vez tengamos el resultado. Creo que son pocas las ocasiones en que siempre -o casi- deseamos que los resultados de una prueba médica sean negativos. Éste era el caso, sin dudas el de todes. Nos dirigieron hacia cada cabaña. Éramos siete. Nos asignaron tres cabañas para una pareja joven, padre e hijo y tres chicas. Con P. y A. nos hicimos el aguante. Nos traerían la comida al mediodía recién, 12:30 pasadas dijo la oficial. La mamá de A. le trajo café en un termito, chipitas y facturas. Sólo debíamos esperar al personal del laboratorio. Pasaba el tiempo y sin noticias. La señal, malísima. Las cabañas, cuasi abandonadas. Ya había una familia en una de ellas y un hombre solitario en otra. Lo que no nos habían informado es que estaban haciendo cuarentena por haber tenido resultados positivos en sus test. Eso, lo supimos luego.
11:30hs. Nada. Sin noticias. Nos comunicamos con la mamá de P. llamaron al laboratorio e informaron que nos habían trasladado allí. Ellos no lo sabían. Nadie les había dicho nada cuando fueron al arco. Estaban en Centinela, la volver, pasarían a realizarnos las pruebas. D. me realiza la transacción de pago. Pendiente siempre de mi situación junto con A. sabían que deseaba mi patio más que nada, y estaba cerca. Apoyo incondicional sentí. Estaba agradecida. A las 13:15hs decido bañarme. Necesitaba una ducha urgente. La humedad brotaba de las paredes de la cabaña. No la extrañé. No nos daban toallas, porque no era higiénico, nos dijeron. Ok. Saco las de mis valijas. Ya fue. Me gritan las chicas desde afuera “Llegaron los del laboratorio”. “Me visto y voy”, les contesté. Entre chistes y nervios, pegué onda con el personal. El famoso hisopado. ¿La sensación? Como cuando tragas agua en una pileta. No fue para tanto. Listo, ahora esperar hasta las 21hs. Chocha. Ya estaba hecho.
13:30hs. Mientras nos hacían el examen, nos dejaron la comida. Luego del almuerzo, intentamos dormir la siesta. Era imposible dormir en el lugar. Insalubre e impensado para recuperarse del COVID-19 en ese lugar y, sin embargo, allí había gente haciéndolo. Mal. El joven de la pareja se indignó, sacó fotos y las mandó al Ministerio de Salud Pública. No lo supimos hasta avanzada la tardecita. Nos sentamos en el pasto a tomar sol, ya bañadas todas, y a charlar. Conjeturábamos las historias más disparatadas sobre padre e hijo… eran raros. No tenían celular ni correo electrónico, entonces todos los resultados llegarían al mío. Incluyendo el de P. que no tenía chip argentino aún. Yo siempre guardo el mío para volver, por suerte. Nos contamos qué hicimos este último año. Nos reímos de la situación -más por nervios e incertidumbre que por chiste- y nos alentamos a seguir soñando. Esas breves charlas de patio con dos no tan desconocidas nos ayudaron a pasar el tiempo y disfrutar la tarde. Para las 20 horas nos agarró la ansiedad con todo. Prendí la tele, para hacer ruido, y me dispuse a limpiar. Nueva maña que agarré en España para matar mis ansias. Para mí, esa noche me iba o me iba.
20:30hs. Corta la bocha. Mandamos mensajes pidiendo los resultados al laboratorio. A la primera que le llegó fue a A, cerca de las 20:45hs. 10 minutos después el de padre e hijo, luego el mío y finalmente el de P. Todos negativos. Festejamos, obvio. Eso significaba irse a casa. La pareja tenía contacto con el laboratorio y ya tenían sus resultados. A. fue a buscar el auto, que el padre le había dejado afuera, y vuelve furiosa. “¿Qué pasó?”, exclamamos con P. El sereno, la destrató porque habían recibido una llamada-reto del Ministerio de Salud donde explicaban que las fotos recibidas indicaban la mala calidad de las cabañas y la situación de las mismas en cuanto a Higiene y Salud. Y la verdad es que no se había dicho nada que no sea cierto, pero no había sido A., sino el joven de la otra cabaña. En fin, entre puteadas y demás, se acerca el chico a contarnos que él lo hizo y nos pasó el contacto de la licenciada encargada de darnos el alta. A esta altura mi diplomacia estaba on fire. Trato de calmar a las chicas. Me comunico con esta persona, le informo los resultados y nos autoriza a irnos. Le informo asimismo al policía encargado y a él también le dan aviso de lo mismo. Podíamos irnos. Ya está. Malestares innecesarios. El ilusorio poder de ciertos personajes provinciales tratando de operar donde no tienen cabida ni legalidad. Y todo lo demás, tapado, como siempre sucede en nuestro feudo provincial. Me quiero ir, ya conozco esta historia, una más de las irresponsabilidades ocultas para luego jactarse de que hacen las cosas “bien”, ponéle. Me busca D. y emprendemos el camino a casa.
23:30hs. Destino final: Oberá. La que brilla. Llegada a casa gracias a la generosidad de D. no podía creerlo. Todo había sucedido en tan sólo seis días. Tan sólo seis, pero que parecieron más de un mes… La euforia aún estaba en mi cuerpo. La nariz ya estaba re paspada. La espalda seguía en tensión. No empezaría a relajarme hasta el otro día. Pero estaba en casa, sana y salva.
11:0hs. Domingo, sol, patio. Mando el videíto a los amigues del Máster que querían saber cómo era el tan deseado patio. Coincidieron conmigo. Es algo especial. El tan anhelado patio de casa me recibió como si nunca lo hubiese dejado. Siempre me resistí a usar la palabra hogar, primero porque yo no lo consideraba un lugar físico, y segundo, porque la palabra remite al espacio -que puede ser heterotópico también y no necesariamente físico- donde la calma y la seguridad se hacen latentes. Hay una canción de U2 que me identifica mucho y dice: “Hogar… difícil saber qué es cuando no has tenido uno”. Para mi suerte, luego de andar girando por el mundo, mi mirada amplía mis propias concepciones. Hoy, en la locura global que estamos viviendo, mi posibilidad de existencia situada se ancla en la pequeña parcela de pasto y plantas que me rodean. Ese lugar que sólo conocemos quienes identificamos un pequeño rincón del mundo como nuestro. Ese que sabe nuestros secretos, meditaciones y silencios. El que me da cobijo y serenidad, mi patio, ergo, mi hogar.
Val, una misionera que llegó a casa, sana y salva.