Corría el año 1986, mientras que Argentina ganaba por segunda vez el Mundial de Fútbol, con mi amigo Sergio pasábamos muchas horas escuchando un casete de Soda Stereo. Allí había temas como “Trátame suavemente”, “Te hacen falta vitaminas”, “Un misil en mi placard”, canciones que fueron parte de una época memorable. También en esa era llegó a nuestros reproductores portables (walkman) una banda llamada “Git”, con un sonido de baterías sampleadas que se asemejaban mucho al golpe de cacerolas que todos en nuestra niñez probamos cual baterista.
Sin dudas que esta incursión, este navegar a través del mar musical nos llevó a conocer más bandas locales, y hasta empezamos a conseguir cosas de afuera. En esta etapa apareció un tal Michael Jackson, Europe con su “Final Countdown”, hasta inclusive un músico extraño llamado Elton John. Con el sólo nombrar esta variedad de estilos musicales está claro que devorábamos todo aquello que llegaba a nosotros, sin discernir ni elegir, estábamos ansiosos por llenarnos de música.
Esta conjunción musical, este entrevero de estilos marcó mi vida para siempre. Las canciones me transportan hacia cada momento, sintiendo los aromas, las texturas, la iluminación, es como si casi hiciera una regresión psicológica para entregarme a sentimientos muy adentrados en mí.
El resultado de todo esto, y mucho más que es incapaz de resumir en palabras, derivaron en una profunda búsqueda que desembocó en empezar a transitar por distintos instrumentos, con la maravillosa bendición de estar en una casa con padres músicos… Es más, mi amigo Sergio es hijo de concertistas de música clásica, y su casa albergaba ensayos con instrumentos como la “clave barroco”, violines y chelos. Las marcas de ese tiempo son imposibles de borrar.
Todos esos músicos, todos, se acoplaron a mi corazón, haciéndose parte. No me di cuenta de esa realidad hasta que se empezaron a ir. El primero que caló hondo en mí fue el Flaco, sabíamos que estaba enfermo, pero la razón no obedece siempre al corazón, cuando se fue, sentí que perdí algo, que no podía definir una angustia que me paralizó por un par de días, me dejó cansado.
Quizás el golpe más fuerte fue la ida de Gustavo, sin entrar en la discusión de su estado previo al deceso, cuando se supo de su fallecimiento me desmoroné, casi literalmente. Puedo asegurar que formaron parte esencial de mi vida, estuvieron presentes como invitados especiales tocando como parte de la banda sonora que se generó siempre en mí. Los escuché cuando estaba en la sala de espera para mis entrevistas de trabajo, estuvieron en la vuelta a casa después de haberme puesto de novio con mi esposa, cuando se fueron amigos, cuando me fui de mi casa para afrontar la vida adulta. Siempre.
La frase que se utiliza para los artistas cuando mueren es “se fue de gira”. Yo siento que los tengo girando adentro mío todavía, supongo que cuando me muera escucharé alguna de sus canciones en mi mente.
Pero, como bien lo ha dicho él y es una de sus más hermosas reflexiones, a pesar de que me rehúso a aceptarlo, sé que decir adiós, es crecer.
Andrés Perrone es Productor Audiovisual y Músico. Trabaja en UNaM Transmedia. Reside en Oberá.